Decidimos comenzar por algo que representó un cambio fundamental en nuestra forma de concebir el mundo: La conciencia ecológica y la vida natural.
¿Han notado que tratan de vender mucho “lo natural”?, con imágenes de flores, frutas brillantes, mujeres sensuales en bosques, “sabores naturales”, etc. Y a pesar de que todo ello es una pobre imitación de lo que la naturaleza puede ofrecer lo preferimos porque es más fácil y cómodo de conseguir. No nos muestran todo el proceso que hay detrás de un producto, el trabajo, energía y recursos necesarios para producirlo. La masificación de los productos cotidianos ha propiciado una vida muy ciega.
Ya no importa tanto el individuo siempre y cuando pueda seguir consumiendo lo que se le ofrece. Bombardeos publicitarios han creado necesidades cada vez más banales. Nos han hecho creer que la vagina es sucia y que los dientes tienen que oler a menta, el cabello a flores, que la comida debe durar meses enlatada, que hay que cambiar de ropa todo el tiempo, que hay que vivir con más de lo indispensable para ser feliz… Cosas realmente inútiles que se vuelven “necesarias” porque nos hacen apreciar nuestra estabilidad con base en la posesión de ellas.
Es desconcertante observar a las personas haciendo filas inmensas para comprar un chocolate, al niño que de almuerzo lleva una caja de jugo y galletas, o aquellos que tienen cinco jabones distintos. Bolsas llenas de bolsas con productos empacados.
La vida cotidiana nos obliga a llevar un ritmo acelerado, restándole tiempo a cosas como preparar la comida, para sumarlas a las redes sociales. En este proceso de cambio de industrializado a natural, es necesario detenerse a contemplar la rutina; aguantarse la vergüenza de ser juzgado como “el hippie ambientalista”; y, quizá lo más difícil, cambiar de hábitos y acostumbrarse a estos cambios.
Cuando dejamos de usar pasta dental industrial nos hacía falta esa sensación picante para sentir la boca limpia, la frescura de la que todos los comerciales hablan, ahora notamos que es precisamente esa sensación la que no nos deja sentir si estamos limpios o no.
Nos incomodaban las miradas extrañadas de los vendedores al darles nuestros recipientes y bolsas, al principio no éramos tan asertivos y varias veces terminamos con empaques y bolsas nuevos. Con el tiempo encontramos cómo pedirlo de forma educada e inapelable.
Una de las cosas más difíciles fue dejar de consumir todo lo que está empaquetado, comidas y chucherías industrializados. Aguantarse los antojos provocados por la publicidad masiva. Era muy fácil comprar comidas instantáneas, frijoles, atún, pan, jugos, etc. Ahorrábamos tiempo a costa de nuestra salud y la de nuestro entorno. Comenzamos a optar por preparar nuestros propios alimentos, cambiamos el súper por tianguis. Ahora si por algún motivo volvemos a probar aquellos productos su sabor nos disgusta.
Se trata de un proceso lento, de trabajo diario y constante. En nuestro caso, los cambios se van dando de uno por uno. No nos desprendimos de todo en un solo golpe pero los pequeños cambios que hemos hecho se han ido acumulando en un sentir de bienestar integral.
Hay quienes aseguran que los cambios que uno como individuo hace no tienen impacto en una sociedad capitalista manejada por grandes empresas, pero esto no es una guerra de uno contra el mundo. Se trata de despertar, hacerse consciente y responsable de uno mismo, de la salud propia y del cachito de mundo que nos corresponde cuidar ♥